Refugio para pecadores

Nada que pretenda ser real merece ser tomado en serio.
E. Medina Reyes
 Uno de esos perros callejeros debería aullar esta noche. Bajo la perezosa luz de las estrellas de agosto. ¿Son estas estrellas de hoy las mismas que las de hace dos meses? Eso no importa. Estupideces como esa nunca importan. Lo importante sería lograr oír a uno de esos perros aullar esta noche.
Recuerdo, Amelia, que decías que esas criaturas eran las más tristes de este mundo, que sus aullidos te sabían a lagrimas con canela, que amabas ese sabor tanto como a los helados de vainilla. Estabas loca, Amelia, totalmente crazy… Pero eso me gustaba. Me pareciste extraña al principio; “que bicho tan raro”, pensaba yo al oírte hablar de tantas pendejadas. Claro que luego no sé como llegué a necesitarte tanto. Heroína pura, Amelia, eso eras. No tuve la opción de elegir, te acercaste y me vertiste encima un poco de tu esencia, un poco de tu olor a chocolate y orquídeas, un poco de ti hecha besos y palabritas azules...
Tengo una estrella aquí, en el centro del cielo raso de mi cuarto. Funciona con energía eléctrica y puedo apagarla cuando quiero tener un poco de oscuridad. ¿Recuerdas, Amelia? Tú y yo siempre preferimos las noches, el color de las noches, nos gustaba tener su sabor pegado a la punta de la lengua. A veces las aprovechábamos para buscar una banca en algún parque decente y sentarnos a intercambiar besos y palabras y hasta uno que otro silencio. Las noches siempre han sido lugares oscuros, y la oscuridad: refugio inmejorable para gente como nosotros...